Una nueva Tierra Prometida en la selva peruana
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Una nueva Tierra Prometida en la selva peruana

Un grupo religioso identificado como isrealita vive en la Amazonía desde hace al menos tres décadas. Hace dos empezaron a tener conflictos con el Estado quien quiere proteger el área donde ellos se asentaron.

“La Tierra Prometida está en la selva”, dice don Albino Ramos, un pastor israelita, de nacionalidad peruana, que vive en la Amazonía del mismo país. Con un brillo en sus ojos que sus sesenta y tantos años no han borrado, uno de los fundadores de Santa Cecilia —un caserío ubicado en Ucayali donde viven unas 100 personas— Ramos dice que Ezequiel Ataucusi, a quien llama su Maestro con M mayúscula, lo instruyó y condujo hasta ahí. 

Este reportaje fue financiado por la beca TOA-GK para contar historias a profundidad de la Amazonía. Y fue producida en alianza con el Rainforest Investigations Network del Pulitzer Center.

“Él nos ha dicho dejen la pobreza, abandonen a los patrones, vamos a donde está la tierra fértil, la tierra de salvación, a prepararnos para la gran venida de Dios”, dice Albino Ramos. Sentado sobre sacos de cemento de su pequeña ferretería, el hombre de barba y bigotes blancos y espesos cuenta que nació en Andamarca, en los Andes del Perú, pero lo dejó todo para buscar en la enmarañada selva del país sudamericano esa misma Tierra que el profeta Mahoma prometió hace 1400 años.

Albino Ramos es pastor israelita de Santa Cecilia e Iparía. Fotografía de Iván Brehaut para GK.

Con una memoria que parece intacta, enumera los lugares donde vivió para seguir a su Maestro. “Primero estuve en Satipo por 10 años. Luego, por invitación del Maestro Ezequiel Ataucusi Gamonal, hemos viajado hasta Pasco, Huánuco y llegamos a Puerto Sira. Luego a Príncipe de Paz”, recuerda enumerando el recorrido de casi 500 kilómetros que inició en los años 80.

Luego de trepar y bajar montañas, asegura con una voz cansada pero cálida, llegaron a un terreno plano. “Hemos hecho esta tierra productiva que antes era puro monte y hemos traído agricultura y ganadería. De a pocos hemos empezado”, asegura.

El pastor Albino Ramos y un puñado de seguidores de Ataucusi fueron los hombres que cumplieron el deseo de su Maestro y el movimiento que fundó: la Asociación Evangélica de la Misión Israelita del Nuevo Pacto Universal. Hoy, donde solo había monte, como Albino Ramos le llama a los frondosos árboles que cortaron, queda Santa Cecilia, un centro poblado en medio de la Cordillera El Sira, en Ucayali, en la selva del Perú. 

El paisaje de la Cordillera El Sira. Fotografía cortesía del Sernanp.

Al inicio, el poblado vivía de la cacería y de los escasos alimentos que pudieron llevar desde Príncipe de Paz, otro asentamiento israelita. Ahora subsiste de la agricultura y la ganadería. Las extensiones de tierra para sembrar plantas comestibles y criar animales han generado una tala que ellos describen como necesaria para subsistir y las autoridades la llaman ilegal.

Durante casi 30 años, los peruanos que llegaron a vivir allí porque creen que Ataucusi les señaló un camino para sobrevivir al castigo divino, estuvieron en relativa calma. Pero desde 2001, que el Ministerio de Ambiente del Perú declaró esa área como Reserva Comunal El Sira, los asentamientos humanos en la zona están prohibidos.

En los primeros siete años, desde que se creó la Reserva, no hubo demasiados cambios y conflictos; en los últimos diez, en cambio, la pelea por la propiedad de la tierra ha escalado. 

Los israelitas no tienen títulos de propiedad en su Tierra Prometida pero aseguran que ellos llegaron antes de esta declaratoria de protección en la Amazonía peruana, y afirman que tienen derecho de estar ahí. 

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Los israelitas, como el pastor Albino Ramos, son miembros de una religión de profundo sincretismo, fundada en el Perú. Es parte de los nuevos movimientos religiosos en América Latina. Su Fundador, Compilador y Misionero General —como lo identifican sus seguidores— fue Ezequiel Ataucusi Gamonal, un peruano nacido en el sur andino del país. Antes de supuestamente tener revelaciones divinas fue obrero, agricultor, zapatero, sargento en el ejército y líder sindical.

En 1958, Ataucusi fundó la Asociación Evangélica de la Misión Israelita del Nuevo Pacto Universal (Aeminpu), inscrita legalmente en 1968, poco después de que iniciara la dictadura del General Juan Velasco Alvarado, recordado, entre otras cosas, por emprender una profunda reforma agraria, indispensable en el Perú de aquellos tiempos. Antes de la reforma agraria, el latifundismo y la explotación del campesinado eran comunes en el país, que reclamaba un cambio urgente.

Ezequiel Ataucusi en los años 70 y a inicios de los 90. Fotografías de AEMINPU.

Ezequiel Ataucusi, nacido en 1918, navegó por varias religiones antes de fundar la suya. Su credo tuvo como inspiración su paso por el catolicismo, el adventismo y el pentecostalismo. Sus experiencias religiosas, según su propio testimonio recogido en el libro El Tahuantinsuyo Bíblico escrito por Juan Ossio, se remontan a sus tempranos 9 años. A esa edad supuestamente empezó a percibir señales de un diálogo con Dios, quien lo guía e instruye en un camino de revelaciones. 

Entre sus 30 y 40 años de edad empezó a crear un culto propio, que atrajo seguidores que desertaron de otros movimientos, como el adventismo. 

Más específicamente, en 1955, habría recibido mensajes de que debía viajar desde la ciudad de Tarma, en la sierra central del Perú, hacia Sanchirio Palomar, una de las rutas de entrada a la Amazonía, a unos 90 kilómetros de allí. En Sanchirio Palomar, Ezequiel Ataucusi habría recibido lo que definió como “llamado divino”: le encargaron la misión de evangelizar a la humanidad, conducir a los fieles hacia un nuevo pacto con Jehová (Dios) creando un renovado pueblo elegido, el nuevo pueblo de Israel.

En los 60, en los inicios del movimiento israelita, Ezequiel Ataucusi mostró sus dotes de orador persuasivo, carismático y que le hablaba a la gente con sencillez sobre temas religiosos, usando ejemplos de la vida diaria de los agricultores. En ese tiempo creó algunos de los rasgos distintivos del movimiento que se mantienen hasta hoy: empezó a usar túnicas —que despertaban burlas—, pelo y barba larga, a la usanza de los personajes bíblicos.

Fotografía de Iván Brehaut.

La ruptura con el catolicismo fue completa. Los empezó a señalar como traidores de las sagradas enseñanzas. Del adventismo estuvo más cerca. En más de una ocasión fue a predicar a una iglesia de este credo donde, supuestamente, había gente que le prestaba atención. Pero sus pares, otros pastores de esa religión, no reconocían su liderazgo. Por esa intromisión, Ataucusi estuvo preso. A la cárcel fue varias veces, acusado de delitos como alborotador, usurpador de tierras o violador. Pero siempre fue encontrado inocente.

Sus hagiógrafos —por ejemplo, el libro de Juan Ossio— dicen que las denuncias posiblemente tengan que ver con celos de pastores que perdían poder e importancia y pugnas de poder dentro de su movimiento. Eso mismo es señalado por Ataucusi en repetidas entrevistas que le hicieron investigadores interesados en el movimiento religioso.

Para finales de 1950, “el profeta” dijo que Dios le anunció que la Tierra Prometida estaba en la Amazonía, que el momento del fin del mundo se acercaba y que vendría una gran ola de calor, la gran sequía y siete años de hambruna, que precederán al final de los tiempos. También habría recibido de Dios los 10 mandamientos, pero explicados para su fiel cumplimiento.

Por eso, le habrían anunciado que los creyentes debían aislarse en la selva, en sitios alejados, para prepararse labrando la tierra y criando ganado. Así, se organizaron los primeros asentamientos israelitas.

La primera de estas colonias se fundó aproximadamente en 1964, en la zona de Alto Paucartambo, la parte selvática de Junín, a unos 300 km de la ciudad de Lima, en la selva central del Perú. Se llamó “Piñaplás Tierra Canaán de Palestina”. Pero la primera aventura colonizadora duró poco. Terminó en un enfrentamiento violento con una empresa maderera. Por eso se reasentaron en Boca Samaya.

Luego de fundar Boca Samaya, a lo largo de los años 60 y 70, se crearon más colonias: Presbe, Guacamayo – Orellana (Pasco), Puerto Sira (Huánuco), Puerto Sibonia, Santa Anita (Pasco), Honoria (Huánuco) y Antigua Honoria (Huánuco). Todas en la Amazonía peruana.

La ocupación de territorios selváticos para fundar colonias atrajo la atención de la prensa que acusaba a Ataucusi de farsante y estafador. Las críticas lo fueron convenciendo de que una carrera política era indispensable para el manejo de la opinión pública y la consolidación de su “misión divina”. Por eso se lanzó dos veces a la Presidencia de la República.

Cuarenta años después de fundar las primeras colonias, en el 2000, murió Ezequiel Ataucusi. Su legado incluye la fundación de más de 36 colonias amazónicas, un partido político (FREPAP), tres candidaturas a la presidencia de la república, y una feligresía que habría alcanzado a 200 mil personas —según coinciden Ossio, Scott y otras fuentes. 

Ataucusi logró expandir su movimiento religioso a Bolivia, Ecuador, Colombia, Brasil, Costa Rica, e incluso en España y Escocia.

Israelitas reunidos en uno de sus Campos Reales, en Pucallpa Fotografía de Ivan Brehaut para GK.

La Misión Israelita del Nuevo Pacto Universal no se diferencia de otros credos solo por su vestimenta. Siempre basándose en su singular interpretación de la Biblia, los seguidores de Ataucusi creen que el Perú es un país privilegiado, designado así en diversos pasajes bíblicos. Por ejemplo, toman las frases “ombligo del mundo”, “hijos de Peruda”, y otras citas como signos de la elección divina de este país.

Los israelitas creen que la salvación se alcanza por medio de las acciones en estricto cumplimiento de los diez mandamientos. De hecho, su símbolo son las tablas de la ley de Moisés. Una vez por semana, guardan ayuno y reposo desde el viernes por la tarde hasta el sábado al atardecer, en que realizan el holocausto, ofrendando carne en una pira ardiente.

El logo de la Asociación fundada por Ezequiel Ataucusi. Cortesía de AEMINPU

Entre los israelitas, existen los varones y “varonas”, siguiendo la forma mencionada en el Génesis, y la separación entre hombres y mujeres es notoria en los ritos de culto. Sin embargo, la posición de las mujeres no es sumisa ni secundaria. Por lo general, tienen un rol importante en la organización: por ejemplo, la junta directiva israelita de Ucayali, tiene ocho mujeres y dos hombres.

Ceremonia del Holocausto en el Campo Real de Pucallpa. Fotografía de Ivan Brehaut.

Las jerarquías eclesiásticas y administrativas también están bastante marcadas. El rango de los fieles avanza con los años y la dedicación que demuestran a la Misión. Lucía Meneses, investigadora colombiana que ha estudiado con detenimiento a los israelitas y su penetración en Colombia, detalla cómo funciona. Dice que los israelitas se organizan sobre la base de tres libros de lectura y seguimiento obligatorio para sus miembros. El primer libro es el de los Estatutos, que señalan las instancias de organización como el misionero general, que es el representante mayor en el orden espiritual y simboliza la institución, y la asamblea general, entre otros. 

El segundo libro es el Reglamento Eclesiástico, donde están las normas de conducción de las iglesias, rituales y cultos. En el tercer libro es donde se establecen las normas para la colonización. El Reglamento universal interno de comunidades campesinas y nativas agrarias de las fronteras vivas del Perú señala cómo se organizaría el trabajo en las colonias, la organización interna y las funciones de los responsables de cada asentamiento. Allí se detalla la constitución de grupos de 40 hombres, dirigidos por un capitán que lidera las actividades agropecuarias. Los israelitas tienen tierras que son de uso particular, correspondientes a cada familia, y tierras que son de beneficio comunitario, dedicadas a la producción para la congregación.

Aunque la misión indica que los israelitas deben dedicarse a la agricultura, buscando eludir el castigo divino, muchos también viven en las ciudades, se educan en institutos o universidades, y son profesionales. Sin embargo, ante el llamado del líder espiritual de la congregación, muchos están dispuestos a vender todos sus bienes y trasladarse a alguna colonia existente o iniciar una nueva.

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Cuando Albino Ramos llegó a la cordillera El Sira en 1994, encontró una zona despoblada, boscosa y sin derechos de propiedad. Dos años antes, en 1992, otro grupo de colonos israelitas había fundado el caserío Jerusalén, ingresando por el otro lado de la cordillera, desde Ucayali. Las imágenes de satélite disponibles desde 1992 hasta 1998 muestran la paulatina ocupación del territorio.

Fotografía de Iván Brehaut.

Óscar Montes es un peruano que practica la fe israelita desde 1985 y es representante del caserío Jerusalen. El hombre de 50 años, que ya no usa barba ni cabello largo, delgado y con las manos ásperas por las labores del campo, cuenta que cuando llegaron, lo hicieron legalmente. “Buscamos los permisos del Estado. Las autoridades dijeron que no había ningún derecho en la zona. Hasta se autorizó la construcción de una escuela”, recuerda.

Durante 20 años, dice Montes, para entrar a la colonia Jerusalén, donde viven unas 80 personas, tuvieron una trocha de acceso para sacar sus productos, como yuca, plátanos y ganado. “Un día llegaron los ingenieros de la reserva y nos dijeron que no podíamos hacer nuestras actividades como siempre, que ahora estábamos en una reserva del Estado”, dice recalcando que nunca pretendieron estar allí de ilegales. 

La Reserva Comunal El Sira fue creada el 23 de junio del 2001, durante el gobierno de transición de Valentín Paniagua, cuando se creó la Comisión Especial Multisectorial para las Comunidades Nativas. Durante su funcionamiento, la Comisión pretendió resolver los principales problemas de los pueblos indígenas amazónicos. Se atendieron algunas demandas de salud, educación intercultural bilingüe y el tema más reclamado por la población indígena: la propiedad de la tierra.

Una Reserva Comunal es un tipo de área protegida nacional y de uso directo. Es decir, donde mediante planes de manejo, está permitido el uso tradicional y aprovechamiento sostenible de recursos naturales por las poblaciones locales. El desbosque y el aprovechamiento forestal maderable están terminantemente prohibidos, pero en algunas zonas es posible realizar agricultura de subsistencia.  La reserva, flanqueada por los ríos Ucayali y Pachitea, mide 615413 hectáreas y está en tres regiones amazónicas distintas: en las provincias de Puerto Inca, región Huánuco; Oxapampa, región Pasco; Atalaya y Coronel Portillo, región Ucayali.

La reserva nació como una propuesta de la Asociación Regional de Pueblos Indígenas Selva Central (ARPI), apoyada por la organización indígena nacional Asociación Interétnica de Desarrollo de la Selva Peruana (AIDESEP). Olver Achahuanco, parte del equipo técnico de ARPI en esos años, dice que el momento político era propicio. “Por primera vez un gobierno le daba la importancia necesaria a los problemas territoriales de los pueblos indígenas”, dice.

No solo se creó la reserva de El Sira sino que las tierras indígenas amazónicas formaron parte de la agenda nacional por primera vez. Lo que Achahuanco y su equipo de ese momento en ARPI no sabían era que dentro de la que sería la Reserva Comunal había asentamientos israelitas.

La autoridad de parques nacionales del Perú creó la Reserva Comunal El Sira con el aval de un proceso participativo en el que estuvo medio centenar de comunidades nativas asháninkas, yaneshas y shipibas que colindan con la reserva y que deberían ser los beneficiarios directos del manejo sostenible del área. Olver dice que el panorama político fue tan favorable que entre los beneficiarios se incluyó a poblaciones indígenas, las cuales no habían participado activamente de los procesos previos de creación de otras áreas protegidas. 

La creación de la Reserva Comunal El Sira cambió la vida de las más de 15 mil personas que viven en Iparía y en las comunidades que circundan la reserva. El acceso limitado a los recursos, la supuesta mejor seguridad de los territorios comunales y la promesa de una mayor presencia estatal en la zona, entre otros aspectos, cambiaron sustancialmente con la creación de la Reserva.

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Luego de que se creó la Reserva en 2001, su jefatura se estableció en Satipo, una ciudad selvática de Junín, muy distante del caserío fundado por los israelitas, Santa Cecilia, o de los distritos de Iparía y Tournavista, que están al extremo norte de El Sira.

La gestión de la reserva se dio sin mayores contratiempos. Muy pronto se conformó Ecosira, una entidad que representa a las comunidades colindantes y que coadministra la reserva junto con la autoridad estatal: el Servicio Nacional de Áreas Naturales Protegidas SERNANP. Esta última administra las áreas protegidas en el Perú y pertenece al Ministerio del Ambiente.

El 2007, seis años después de la creación de la Reserva Comunal El Sira, el entonces jefe del área, Héctor Sueiro Yumbuyo, hizo un primer acercamiento al distrito de Iparía (donde están Santa Cecilia y Jerusalén).  Los miembros de la familia de Albino Ramos y Óscar Montes coinciden que la llegada y el anuncio de Sueiro los tomó por sorpresa. Ese año, aseguran, se enteraron de que estaban dentro de un área protegida y que la deforestación, que resulta clave para facilitar la agricultura y ganadería, estaba prohibida.

La reunión formal para presentar la Reserva a los israelitas de Santa Cecilia fue en el mismo poblado. Las actas de la reunión a las que tuve acceso dan cuenta de los ofrecimientos para las comunidades nativas y los caseríos israelitas de la zona que prometió Héctor Sueiro.

El 22 de enero del 2007, Sueiro se comprometió a coordinar con la junta directiva de Santa Cecilia para apoyarlos en “temas de salud, educación” —según se lee en el acta de la reunión— y ante el Proyecto Especial de Titulación de Tierras (PETT). Este era el único proyecto estatal que en ese momento podía regularizar la tenencia de la tierra que por más de 13 años los israelitas de Santa Cecilia habían ocupado.

Pedido de exclusión de Santa Cecilia, que quieren salir de la reserva.

El Acta de Acuerdo dice que la jefatura de la reserva se compromete a respetar los terrenos de los pobladores (5 hectáreas por cada familia) y que mediante un acuerdo entre la Jefatura y el PETT, los pobladores podrían titularse. Fruto de esa reunión se construyó la Garita de Control de la Reserva en Santa Cecilia; la población fue parte de esa construcción.

Pero esa acta, 15 años más tarde, ha traído más problemas que soluciones para los israelitas.

Los principales líderes de Santa Cecilia, de Jerusalén, y el alcalde de Iparía reclaman que desde esas fechas la Reserva se ha vuelto un obstáculo para las obras que demanda la población, como la captación de agua, la construcción de vías o la inversión agraria para la población de las colonias. Adicionalmente, señalan que no reciben mayor apoyo del Servicio Nacional de Áreas Protegidas, responsable de la Reserva.

En 2007, el caserío Santa Cecilia comenzó los pedidos para ser excluidos de la Reserva Comunal El Sira.  El 2015, la Oficina de Asesoría Jurídica del Servicio Nacional de Áreas Naturales Protegidas (Sernanp) concluyó en un informe que el pedido no podía ser atendido.

Para el 2013, un diagnóstico de Santa Cecilia hecho por la jefatura de la reserva arrojó que la población usaba alrededor de 1500 hectáreas y había 94 familias residentes permanentemente. Pero el derecho a la titulación y propiedad de sus tierras, desde la creación de la Reserva, les ha sido negado a pesar de tener derechos previamente adquiridos, y de los acuerdos con Héctor Sueiro, exjefe de la Reserva.

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Fulgencio Tarazona, un hombre moreno y sonriente, de pelo negro y gafas gruesas, técnico en enfermería, es el alcalde de Iparía. La capital distrital es un pueblo pequeño, casi silencioso, donde los niños juegan en las tardes en las calles y los ancianos se reúnen a conversar en las esquinas o en las puertas de los negocios que tienen televisores que dan a la calle. Aprovechan para ver algún partido de fútbol, el capítulo de alguna telenovela, una película repetida o para enterarse de las noticias de Lima, capital del Perú. 

Fulgencio Tarazona, alcalde de Iparía Fotografía de Iván Brehaut.

Las señoras y las jóvenes juegan al bingo sentadas en la acera, comparten las novedades del pueblo, los chismes del barrio y hablan de moda, mientras lentamente llega la noche. El aroma de las semillas de cacao que se ha secado al sol invade la escena idílica de las tardes.

En las calles y casas de Iparía hay electricidad cuatro horas al día. Proviene de un generador que diariamente consume tanto combustible que este consume el 30% del presupuesto anual del municipio. Las calles principales tienen pistas de cemento y el resto espera pacientemente que haya dinero para librarse de los efectos de las lluvias que todo lo enlodan. Desde el balcón del edificio municipal, en los días despejados, hacia el oeste se ve la verde cordillera El Sira.

El camino de Iparía a Santa Cecilia y a Honoria. Fotografía de Iván Brehaut.

Para llegar a Iparía hay que tomar un bote desde Pucallpa, la principal ciudad de la región Ucayali. Es un viaje que dura entre cuatro y cinco horas. El bote —que usa dos motores de 60 caballos de fuerza— sale solo tres veces por semana. Por eso cada viaje es esperado por la población que requiere transporte, encomiendas, carga o recibir a sus parientes. Con cada llegada o partida del pequeño puerto, polvoriento y empinado —al que hay que bajar en zig zag para no perder el equilibrio o el aliento— motocares, pequeños vehículos para 2 o 3 pasajeros impulsados por una moto lineal, y vendedores de comida, frutas y golosinas aprovechan para ofrecer sus servicios. Mientras tanto, los niños se agrupan con curiosidad para ver qué carga llega o quiénes se van. El río siempre trae novedades.

La calle principal de Iparía; al fondo, la Cordillera El Sira Fotografía de Ivan Brehaut.

“La Reserva no nos ha ayudado en nada”, dice con dureza el alcalde Fulgencio Tarazona, secundado por su gerente municipal Arturo Chacón. “Nuestro distrito necesita esa carretera, sin ella jamás va a salir adelante”. La carretera a la que se refiere es la UC-115, una vía que atravesaría la Reserva Comunal El Sira y que conectaría finalmente Iparía a la red vial departamental y nacional. 

La esperanza de los pobladores de Iparía, en su mayoría población mestiza y nacida en el distrito,  es que la vía permita el comercio más fluido con el resto de la región y con otras vecinas; quieren también que haya transporte de pasajeros. Al ganado no le sienta bien los viajes por río y los costos son elevados para carga como plátanos, granos o frutos que se producen en el distrito.

“Una vez estábamos hablando con Electro Oriente, la empresa de electricidad de Ucayali, para que nos podamos unir a la red y tener electricidad continua. Gastamos mucho del presupuesto distrital en combustibles”, dice el gerente municipal. Pero lo primero que les preguntaron, continúa, es si tenían carretera. “Cuando encima le dijimos que para tender las torres había que pasar por la Reserva, nos dijeron inmediatamente que no se iba a poder”, agrega Arturo Chacón. 

“No es posible que el SERNANP y la Reserva nos estén condenando al atraso”, se queja el gerente municipal. 

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Cada discusión sobre el rol de las áreas protegidas en el desarrollo local siempre se resume en cuánto dinero recibirá su población por conservar. Quienes abogan por proteger el ecosistema, por las áreas protegidas y por el cuidado del ambiente, escuchan con frecuencia argumentos acerca de que los recursos protegidos por el Estado deberían ser liberados para que sean usados por los pobladores. Que por proteger un animal, no se puede mantener en la pobreza a los niños.

Kary Ríos, jefa de la Reserva Comunal El Sira mientras se hacía este reportaje, escucha con frecuencia esas opiniones por parte de los pobladores de Iparía, de los israelitas y en general de muchos que se oponen a las restricciones que impone un área natural protegida.

Cuando se crea una nueva reserva natural, el Decreto Supremo incluye los motivos para hacerlo. El de El Sira dice que esta cadena montañosa alberga una gran diversidad de especies de flora y fauna, incluyendo especies endémicas, es decir, únicas en el mundo. De hecho, se han registrado al menos 400 especies de aves, 143 de mamíferos, 140 de reptiles y 109 de peces. Más del 90% de su superficie está clasificada como bosques de montaña o protección, con pendientes abruptas y grandes taludes, lo que la hace muy vulnerable a la erosión si se retira la cobertura boscosa (lo que hacen los israelitas para su ganado y cultivo).

Las montañas de El Sira llegan a los 2 mil metros sobre el nivel del mar, incluye lagunas y es la naciente de los ríos que surten de agua a las poblaciones que viven alrededor de ella.  Las partes medias y bajas de esta cordillera están pobladas desde tiempos inmemoriales por pueblos indígenas Asháninka, Yanesha y Shipibo-conibo, para quienes la cordillera es parte de sus territorios ancestrales.

Paisaje de lagunas en El Sira Fotografía del Sernanp.

Antes de ser jefa de la Reserva Comunal El Sira, la ingeniera Kary Ríos fue guardaparques en la misma zona. Desde el principio de su trabajo con esta área protegida, coinciden colegas y líderes indígenas, ha sido siempre abierta para escuchar y cooperar con las personas que quieren distintas cosas para con la reserva. 

“La Jefatura debe velar por la integridad del área protegida. Tenemos responsabilidades establecidas en la ley. Estamos cuidando el interés del país. No podemos centrarnos en los reclamos de grupos aunque estos sean justos”, dice firme Kary Ríos, y agrega que la relación con los israelitas ha sido difícil. 

Asumir la gestión de un área con una población que siente que tiene limitados sus derechos, como los israelitas de Santa Cecilia y los pobladores de Jerusalén, es retador. Sobre todo con las leyes peruanas que, aunque promueven el desarrollo sostenible de la población vinculada a las áreas protegidas, también son muy exigentes con los requisitos para autorizar que se construyan obras públicas o se concreten inversiones privadas.

“El Sernanp y la jefatura de la reserva estamos totalmente abiertos al diálogo y a cooperar con las autoridades locales. Nosotros buscamos salidas y tratamos de facilitar los procesos pero el marco legal es claro en relación al mantenimiento de la biodiversidad y de los objetos de conservación del área protegida”, indica Kary Ríos.  

Como ejemplo, dice que la jefatura de la reserva dio visto bueno a las obras de mantenimiento de la trocha carrozable que une Tournavista con Iparía “bajo condiciones que reducen el impacto sobre los ecosistemas locales”.

Esta trocha existía mucho antes de que se creara la reserva, y su refacción es el principal pedido de la población israelita y mestiza que vive dentro y alrededor del sector norte de la reserva. El alcalde de Iparía, Fulgencio Tarazona, dice que se construyó hace unos 50 años y era el camino tradicional que luego fue adaptado al tránsito de vehículos motorizados. 

Sin embargo, un camino carrozable como ese no sólo sirve para la salida de productos y el tránsito local. Los líderes israelitas, el Frente de Defensa de Iparía y las autoridades municipales coinciden en que, además de la deforestación causada por los asentamientos israelitas y de otros migrantes nacionales, hay deforestación vinculada al narcotráfico. Todos dicen que esta es promovida por los nuevos migrantes que ingresan desde Huánuco, en el lado occidental de la cordillera. Que ingresan por la ruta que hace casi 30 años usó don Albino Ramos. 

El Sira es una de las áreas protegidas en cuyo ámbito de influencia se han realizado decomisos de narcotráfico, denunciado pistas de aterrizaje y reportado zonas con cultivos de coca. Las fuentes periodísticas y los reportes del SERNANP así lo manifiestan.  Pero según otras fuentes oficiales, como el CORAH o DEVIDA, la zona no reporta actividad de narcotráfico. Estas mismas contradicciones ocurren en gran parte de la región Ucayali.

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El Sistema Nacional de Áreas Naturales Protegidas por el Estado, administrado por el Sernanp —la autoridad nacional de áreas protegidas— se encarga de la conservación y buen manejo de estos espacios, y da asesoría a las áreas de nivel regional. En Perú existen 77 áreas protegidas de carácter nacional, 16 áreas de conservación regionales y poco más de 70 de conservación privada. Suman más de 22 millones de hectáreas dedicadas a proteger recursos naturales. Es un 17% del territorio peruano.

A finales del 2020, el Sernanp publicó la “Estrategia de atención a la problemática de los cultivos ilícitos y actividades asociadas en Áreas Naturales Protegidas de administración nacional”. Perú es el segundo productor de coca en el mundo, detrás de Colombia, y las áreas protegidas no se han salvado de ser invadidas por campesinos dedicados al cultivo de esta planta para el narcotráfico. 

La Reserva Comunal El Sira es una de las áreas afectadas por estos cultivos ilícitos. Reportes oficiales del Sernanp, el testimonio de autoridades municipales quienes prefieren mantener el anonimato, y de los caseríos mencionan que hay cultivos de coca dentro y en los alrededores de la Reserva Comunal El Sira. 

La prohibición durante 20 años del Sernanp sobre construir la carretera se basa en argumentos de conservación ambiental. Pero esta decisión también ha intentado bloquear el avance de la deforestación y caminos rurales que son el origen para que haya más zonas de cultivo de coca. Un estudio de enero del 2022, realizado por una organización indígena y dos oenegés, ha mostrado con claridad la vinculación de los caminos forestales, la deforestación y el narcotráfico en Ucayali.

Un análisis de imágenes de satélite de los años 1992 a 1998 permite ver la expansión progresiva de las colonias israelitas en El Sira y la trocha carrozable, existente mucho antes de que se estableciera la Reserva. Queda claro su efecto sobre la cobertura boscosa local.

Óscar Montes, de Jerusalén, Roy Guzman, presidente del Frente de Defensa de Iparía, la ex subprefecta, Haydee Pampañaupa, y líderes israelitas saben de los riesgos que implica la rehabilitación de esta trocha, tan requerida por el alcalde y los israelitas. Reconocen que podrían ser invadidos por nuevos migrantes y que habría mayor penetración del narcotráfico.

Extracción forestal ilegal, vandalismo y nuevas invasiones dentro de la Reserva. Fotografía de J. Watanabe – GIZ
Extracción forestal ilegal, vandalismo y nuevas invasiones dentro de la Reserva.

Sin embargo, dicen que están dispuestos a afrontar ese escenario, aunque quizá no sean conscientes de que los asesinatos y en general, la violencia vinculada al narcotráfico en el Perú viene subiendo sin ningún freno. Solo durante la pandemia del covid-19, 19 indígenas fueron asesinados presuntamente por mafias vinculadas al narcotráfico, tala y minería ilegal. Aunque no hay cifras oficiales, en los últimos nueve años mafias habrían matado a 89 dirigentes en la selva peruana, de acuerdo a información de oenegés y entidades como Global Witness

Además, muchas de las víctimas de asesinato viven en las zonas productoras, en donde la ley no pasa de ser un referente formal, ya que ni siquiera hay presencia policial. Por ejemplo, el puesto policial de Iparía nunca fue ocupado por agentes y está abandonado desde su construcción. La ex subprefecta Haydee Pampañaupa migró a Iparía desde el Valle de los Ríos Apurimac Ene y Mantaro (VRAEM), la principal zona cocalera del Perú, y conoce de cerca las consecuencias del narcotráfico. Aun así, no ve otra opción para Iparía que rehabilitar la vía.

Jorge Watanabe es biólogo y ha trabajado en la búsqueda de acuerdos entre la población que vive dentro de la Reserva y el Sernanp. Dice que ha sido testigo del crecimiento de las actividades ilegales en la zona. “Desde el 2011 se detectó la extracción maderera, la instalación de áreas de cultivo conducidas por nuevos migrantes de Iparía, Tournavista y Pucallpa. Los cultivos ilegales también empezaban a aparecer. No es posible permitir que un área protegida sea invadida de esa forma”, opina.

Durante su trabajo en un proyecto de la cooperación alemana GIZ determinó que la evaluación de las aspiraciones territoriales de Santa Cecilia superaban las expectativas de las autoridades y de los cooperantes. La población demandaba un territorio que significaría en el futuro la expansión de la deforestación de manera alarmante.

Mapa de la parcelación de Santa Cecilia, caserío israelita en la selva peruana

Los temores del Sernanp y el Ministerio del Ambiente respecto al crecimiento de la deforestación en El Sira están sustentadas con data. Solo al inicio de la colonización de la cordillera El Sira, antes de la creación de la Reserva, entre 1990 a 1995, más de 3 mil hectáreas fueron deforestadas. Una evaluación de la deforestación entre el 2000 y el 2017 demostró que esta cifra ascendía a las 6 mil hectáreas, y que Santa Cecilia reclamaba como suyas 9975,24 hectáreas.

En estos años de desencuentros entre Santa Cecilia y otros caseríos de la zona por la construcción de la trocha y la titulación de las tierras, estos han solicitado ser excluídos de la reserva, apelando a sus derechos preexistentes, a sus títulos de propiedad y a su derecho a contar con los servicios básicos y asistencia estatal que cualquier ciudadano merece. 

El pedido de las autoridades de los caseríos israelitas de Santa Cecilia, Jerusalén y otros se ha discutido en el Sernanp pero los pedidos fueron negados por su Oficina de Asesoría Jurídica en el 2015, luego de varios años de discusión. 

El Sira no es la única área protegida que tenía población dentro de sus límites antes de ser creada. El Parque Nacional Huascarán y el Manú, la Reserva Nacional Pacaya Samiria, las Áreas de Conservación Regional Imiría y Cordillera Escalera, son solo algunos ejemplos de lugares donde existen conflictos actuales o potenciales con población que vivía en la zona antes de la creación de las áreas protegidas.

Reconocer los derechos de excluirse de la reserva como reclama Santa Cecilia podría significar retirar la protección a enormes sectores de estas áreas protegidas, lo que pondría en riesgo su existencia, con el perjuicio a los esfuerzos de proteger al patrimonio natural peruano.

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Albino Ramos, patriarca del clan Ramos Ponce, tiene un pequeño negocio de ferretería en Iparía. Sus hijos Zenón y Adrían están con él esta mañana de mayo. La conversación con ellos es serena, amena, sentida en sus reclamos.  Sentados sobre sacos de cemento y sobre cajas de clavos que sirven de sillas improvisadas, Albino y sus hijos hablan de cómo son sus días y vidas. Zenón me ha obsequiado un pequeño libro con los Mandamientos Divinos, releídos e interpretados por el Maestro Ezequiel Ataucusi.

Es jueves, y mañana, como todos los viernes del año, arranca el día de alabanzas al Señor, que empieza al caer el sol del viernes y se prolonga hasta el sábado por la tarde. En ese lapso, los israelitas adorarán a Jehová, rendirán culto y memoria a Ezequiel Ataucusi, y honrarán a su heredero y nuevo líder espiritual, Jonás Ataucusi Molina, hijo menor del fundador de la congregación.

Fotografía de Iván Brehau

Las colonias israelitas en el Perú ocupan decenas de miles de hectáreas. En ellas la agricultura que practican es incompatible con la escasa fertilidad de los suelos amazónicos.  En la selva apenas prosperan el plátano, la yuca y el arroz en las riberas inundables. El cacao, el café y otros frutales requieren dedicación y cuidados que resultan onerosos para los agricultores, además de zonas de buena fertilidad.  Eso promueve el agotamiento de la tierra y los obliga a mayores desbosques. Pedí una entrevista con los principales representantes de los israelitas en el Perú, pero hasta antes del cierre de este reportaje, no accedieron a responder si su proyecto de colonizar la Amazonia seguía igual de vigente.

Mientras esperan por su derecho a mantener su tierra, en Iparía, con sus túnicas rojas, blancas o azules, los israelitas de los caseríos cercanos y los que viven en el pueblo se reunirán para celebrar la fiesta semanal y escuchar las enseñanzas del Profeta Ezequiel, de la boca del pastor Albino Ramos Ponce en la iglesia del pueblo. 

Con su túnica larga, barba y pelo blancos, con esa mirada que se ilumina al recordar las palabras de su Maestro y los pasajes de la Biblia, el pastor evocará la cercanía del “Tercer Ay”, de la tercera destrucción del mundo, y persuadirá a los congregados a orar con fe para que la fecha final se retrase, para que el mundo como lo conocemos no sea destruido aun.

Ezequiel Ataucusi, el zapatero que dijo ser el enviado de Dios, vaticinó que el sol se acercaría a la Tierra, que el calor sería enorme, que vendría una gran sequía y siete años de enorme hambruna. A Albino Ramos y sus hijos, lo que se vive y comenta hoy en los medios de comunicación, les parece solo la confirmación de la palabra de su Profeta.


* Esta historia fue producida en alianza con el Rainforest Investigations Network del Pulitzer Center.